La Peste Negra en Europa
Pocos desastres naturales han causado más estragos en la Humanidad que la trágica pandemia de Peste Negra que se extendió por toda Europa a mediados del siglo XIV. Sólo en Europa 25 millones de personas perdieron la vida por este mal en apenas tres años, los comprendidos entre los años 1347 y 1350, casi la mitad de toda la población existente por aquel entonces, sin contar, desgraciadamente, los frecuentes rebrotes que se sucedieron durante los cuatro siglos siguientes.
Es imposible saber dónde se originó aquella enfermedad. Algunos estudiosos proponen la India, aunque la idea más extendida es que fueron los ejércitos mongoles quienes la trajeron desde Asia Central a través de la ciudad de Kaffa, en Crima, donde había una importante colonia genovesa. En el asedio a la ciudad, los mongoles, conocidos por sus métodos bárbaros, arrojaron cadáveres infectados con catapultas por encima de las murallas a fin de diezmar a la población. Ésta, huyendo del mal y del acoso mongol, embarcó en gran parte hacia Italia, la principal afectada por aquel primer brote en 1347, desde donde se extendió primeramente a los países colindantes, Francia y Hungría, a principios del año 1348 y de ahí a España, Inglaterra, Bretaña, Alemania y Escandinavia. Finalmente, la enfermedad alcanzó a Rusia a partir del año 1350.
Por su parte, también África y Asia se vieron afectadas. En lugares donde las condiciones de vida eran incluso peor que en Europa, la Peste Negra se cebó incluso con más crudeza y se estima que en sitios como la India, se perdió entre un 60 y un 90% de la población.
La precariedad económica y la falta de conocimientos médicos no facilitaron la detección de la fuente del mal e incluso favoreció el que se extendiera más rápidamente, sobre todo, en las clases más pobres. Sin embargo, fue de tal magnitud y fuerza la bacteria que lo provocó que nadie, de ningún estamento social, se libró de la enfermedad.
El terror se instaló en las calles y en una época tan dada las creencias místicas, a lo sobrenatural y a lo religioso, pronto se achacó el mal al castigo divino. Ante la falta de medios para detener la pandemia, se buscaron culpables, y, sin razón, fueron acusados gentes inocentes. El miedo a ser contagiados hizo cerrar las murallas de muchas ciudades y a cortar las escasas y malas comunicaciones. Los extranjeros eran vistos con malos ojos en las ciudades, al igual que los judíos y los enfermos del mal que fueran. Cualquier excusa valía para castigar a cualquiera que estuviera mal visto.
El mal se cebaba en los cuerpos y el horror del dolor que causaba y la rapidez con la que actuaba no hacía sino acrecentar el temor. La variante bubónica fue la que más se extendió. Comenzaba ocn un enrojecimiento del pa iel, que poco a poco se iba amoratando hasta finalmente transformarse en manchas negras (de ahí su nombre) que principalmente salían en los ganglios (bubones), sobre todo de las axilas, garganta e ingles. El fallecimiento llegaba en menos de siete días desde el primer síntoma.
La menos extendida, la peste neumónica venía acompañada de toses y estornudos, mientras que la septicémica, la más rápida, ocurría cuando la enfermedad alcanzaba al flujo sanguíneo.
Los estudios realizados sobre aquella enfermedad abogan porque fue la bacteria Yersinia pestis la causante de la Peste Negra. Ésta se contagia a través de las pulgas y se transmite mediante las ratas (rattus rattus) -la que hoy día conocemos como rata de cloaca-. Esta teoría está cimentada en unos estudios clínicos realizados en el cementerio de Montpellier, pero se ha puesto en duda que dichas evidencias se hayan encontrado en otros lugares. Un reciente estudio hecho en Oxford, en el año 2003, sugiere que aquel estudio de Montpellier fue erróneo y que realmente no fue una bacteria, sino un virus de características similares al Ébola.
Sea cual fuere el órgano causante, paradójicamente, la Peste Negra, si bien diezmó a la población y la empobreció en aquellos primeros años, hizo que la población campesina quedara tan reducida que los que sobrevivieron consiguieron mejores condiciones de vida, pues los terratenientes necesitaban mano de obra y ésta escaseaba, por lo que se vieron obligados a mejorar los salarios. Los contribuyentes disminuyeron, y con ellos los importes recaudados, impuestos que en su mayor parte se destinaban a las guerras. En pro de las mejoras sociales se extendieron las revueltas campesinas y, en suma, a largo plazo, se fomentó la conciencia social.
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