Tombuctú, centro de la ruta transahariana
Su nombre evoca magia, misterio, belleza… Tombuctú fue centro de las importantes rutas comerciales que cruzaban el Sahara, pero también fue lugar de culto, foco de estudiosos del arte, de la cultura y de la religión. El Islam convirtió a Tombuctú, como a Djenné o a Gao en el centro neurálgico de sus estudios islamistas y eso coincidió con el auge imparable del comercio que unía la ruta transahariana, desde Asia hasta el interior de África.
Situada en el centro de Malí, la ciudad albergó a muchas etnias diferentes como los mandinga, los shongai, los fulanis o los tuaregs.
Precisamente fueron éstos últimos los que, allá por el siglo XII, se asentaron en la margen del río Níger, junto a un pozo de nombre «Tim Buktu«, el pozo de Buktu, guardiana del pozo. Aquella zona se convirtió desde entonces en lugar de parada de las tribus transhumantes que cruzaban el Sahara. Poco a poco el comercio arreció en el lugar y en dos siglos ricos productos circulaban por la región: sal, productos minerales, maderas de los bosques… era el centro de una ruta que llevaba desde Egipto hasta Marruecos. Hasta la ciudad de Djenné, justo al otro lado de la ribera del Níger, llegaban los productos procedentes del sur de África y, con el objetivo de hacer llegar esos productos aún más al norte, se pensó en la posibilidad de crear un puerto justo en la orilla contraria.
Era el siglo XIV y comenzaba así la edad de oro de una ciudad que en breve se convertiría en el referente económico y cultural de toda África. Allí, junto a aquella orilla derecha del Níger, donde en su día los tuareg solían asentarse, nació Tombuctú.
Mansa Malí, emperador de Malí, quiso hacer de la ciudad un centro de similares características a La Meca y El Cairo. Allí, en aquella ribera, mandó construir una mezquita y una casa para lo que contrató a un arquitecto español que fue quien dotó a aquel primer establecimiento de las características arquitectónicas que aún hoy perduran.
En solo dos siglos y gracias a la actividad comercial que cruzaba toda África, y a su intensa actividad cultural, Tombuctú llegó a tener más de 100.000 habitantes en el siglo XVI. Cultivada por el lucro, pero cuidada por la religión, mitos y leyendas aparecieron sobre la ciudad y su extraño y rápido crecimiento, sobre los origenes de los ríos de oro que circulaban por ella. Tombuctú era considerada por aquel entonces, como una ciudad bendecida por los dioses.
Sin embargo, los siglos pasan y con ellos los medios técnicos y los sistemas de transportes fueron cambiando. Tombuctú, la «ciudad de los 333 Santos«, fue cayendo en el olvido. Las duras condiciones climáticas no la han favorecido. Las sequías, el desierto tan inhóspito que la rodean, la pobreza que impera en el continente, no fueron buenos compañeros de viaje en los siguientes siglos.
Hoy día, Tombuctú no se parece en nada a lo que fue. Su población se ha diezmado (de los 100.000 habitantes que llegó a tener ahora apenas alcanza los 30.000), la pobreza se ha adueñado de sus calles y sus gentes sobreviven como buenamente pueden con medios muy limitados.
Mantiene su orgullo, sí. Profundamente religiosa, allí sigue en pie la original mezquita Dyingareyber, del siglo XIV, y la mezquita Sidi Yahia, del siglo XV, y sus gentes han intentado y en algunos casos sabido conservar su memoria en manuscritos que hoy se intentan restaurar. En ellos está su rico pasado, su Historia, su belleza particular. Más de 15.000 ejemplares que ya han sido aprobados por la UNESCO como parte del patrimonio mundial; documentos todos ellos que relatan el paso de aquellas caravanas, que hablan de los productos que se comerciaban, como la sal, el oro de las minas de Taudenni o el oro de las de Boré; que cuentas el arraigo de la esclavitud, del comercio de seres humanos que provenían de la región de Ghana, de la paz y la convivencia existente entre las numerosas religiones que allí cohabitaban.
Allí mismo, en el corazón de Tombuctú, se levantó en 1970 un Museo, el Centro de Documentación de Ahmed Babá, con el apoyo de la Unesco, con el fin e preservar e investigar sobre estos manuscritos, de recopilar los que faltan y de clasificar todo la riquísima Historia de la región, y por ende, de África durante los siglos XII al XVI.
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