La casa Ipátiev y el fin del zarismo en Rusia

| Javier Gómez

la casa Ipatiev

Poco podía imaginar la familia imperial rusa del Zar Nicolás II cuál sería su trágico final.

La miseria se había instalado en las calles de Rusia acuciada por el hambre y la pobreza. El pueblo, siempre fervoroso amante de sus zares, representación misma de los dioses, comenzaba a ver en ellos el motivo de su desdicha. Las costosas fiestas, el boato de la Corte Imperial, el continuo derroche producido tras las puertas del Palacio de Invierno de San Petersburgo, contrastaba con el dolor de una población que se desengraba ante la falta de comida y de oportunidades, antes la cada vez mayor diferencia de clases, explotados y serviles.

Aquel sistema dictatorial en el que todo el poder lo regentaba el Zar estaba viviendo sus últimas bocanadas cuando Rusia, formando parte de la Triple Entente con Francia y el Reino Unido declaró la guerra a la Triple Alianza compuesta por Alemania, Italia y su mortal enemigo, el Imperio Austro-Húngaro, tras haber sido atacada Serbia por Austria.

Lo que en cualquier otra ocasión podría haber significado desviar la atención de los problemas internos, ahora supuso agravar aún más la crisis. Los mujiks, la clase más pobre de Rusia, se vieron obligados a ir a la guerra; los recursos antes escasos, ahora desaparecían, y los ingentes costes que la guerra suponían al final acababan recayendo sobre el pueblo llano.

El amor que los rusos sentían por su zar desaparecía y Nicolás II, deseoso de recuperarlo, sintió la necesidad de unirse a él adoptando una posición más cercana. Él mismo se puso al mando de las tropas, mientras su mujer, la zarina Alejandra junto a sus hijas Tatiana y Olga, prestaron ayuda en servicios de enfermería en su ciudad. Aún así, la mecha ya había prendido, y las continuas derrotas de un ejército desmoralizado no hicieron sino acelerar el proceso.

el Zar Nicolas II y su familia

El 23 de febrero de 1917 estalló la revolución en las calles de San Petersburgo, sede de la corte imperial, y de allí se extendió como la pólvora por todo el país. Las tropas se unieron y finalmente el zar Nicolás II hubo de abdicar ante el cada vez mayor poder bolchevique.

Se organizó un primer gobierno que presidía el príncipe Lvov y representantes liberales de la Duma al mismo tiempo que se creaba el Soviet de Obreros y Soldados de Petrogrado (nuevo nombre de San Petersburgo) bajo gobierno menchevique. Eran los primeros pasos de una revolución que acabaría con el estallido de una guerra civil que asolaría económicamente al país durante tres años, de 1918 a 1921.

No llegarían los ojos del zar a ver esa guerra. Tras su abdicación en marzo de 1917, el zar y su familia fueron confinados en el palacio de Tsarskoye Seló, a las afueras de San Petersburgo, de donde serían trasladados a la ciudad de Tobolsk en la fría Siberia. Allí estuvieron meses con la tranquilidad que la relativa libertad le habían otorgado, mientras supuestamente esperaban la deportación del país que nunca llegaría.

Derrotado el gobierno de Kerenski y triunfante la segunda revolución rusa de origen bolchevique, el Soviet ordenó un nuevo traslado de la familia real esta vez a Ekaterimburgo, donde se alojarían en la casa Ipátiev.

Mientras tanto el juego político de alianzas por toda Europa seguía en marcha, y mientras el Reino Unido negaba el asilo al emperador, el gobierno alemán proponía entre sus acuerdos la libertad del zar y su deportación a Alemania con la secreta intención en el futuro de devolver la monarquía al país.

Sabedores de las posibles intenciones alemanas, y ante el avance de la legión checoslovaca, el 16 de julio de 1918, desde el Soviet de los Urales se dio la fatídica orden del fusilamiento de la familia imperial. Apenas un día después, en la medianoche del 17, se personó un pelotón en la Casa Ipátiev, trasladaron al zar y su familia al sótano, junto a algunos de sus sirvientas más leales y su médico, y allí mismo fueron fusilados.

Los cuerpos de la familia imperial no aparecieron hasta el año 1979, aunque se informó del hallazgo de los mismos en 1989. Encontrados en el cercano bosque de Koptiaki, finalmente se determinó que los nueve cuerpos encontrados pertenecían al zar y su familia más algún sirviente, aunque faltaban los cuerpos de Alexis, el zarevich, y de Anastasia, la menor de las hijas. Dichos cuerpos fueron finalmente hallados, al menos oficialmente, en el año 2007.

En una época mucho más tranquila y respetuosa con sus tradiciones y la historia del país, el gobierno soviético, los mandó enterrar en la Catedral de San Pablo y San Pedro en San Petersburgo, junto con el resto de zares que han reinado en Rusia a lo largo de su Historia.

UN POCO DE TURISMO

Ekaterimburgo es una de las ciudades más grandes de Rusia y se encuentra a solo dos kilómetros de donde se marca el límite entre los continentes de Asia y Europa lo que la sitúa como la ciudad asiática de Rusia más allá de los Urales. Se encuentra a unos 1.700 kms. de Moscú y aunque es parada del famoso Transiberiano, no es muy recomendable de visitar en invierno donde las temperaturas son gélidas.

La casa Ipátiev donde fuera asesiando el zar había sido mandada construir en el año 1880 por Iván Redikortsev, un funcionario de minas, quien en el año 1898 se la cedió a Sharáviev, un comerciante de oro. A su vez, éste se la vendió diez años después a Nikolai Ipátiev, de quien tomó el nombre, un ingeniero militar que hubo de desalojar la casa cuando el Soviet de los Urales le obligó a dejarla para el uso de la familia imperial.

Desgraciadamente, este importante pedazo de la historia rusa fue demolido en el año 1977 por el entonces primer secretario Boris Yeltsin, probablemente con la intención de eivtar convertir la casa en un lugar de culto.

Tras la caída del régimen soviético, sobre lo que eran las ruinas de la casa Ipátiev se levantó la Iglesia sobre la Sangre, lugar que hoy sí, es sitio de peregrinaje de quienes aún creen en la época zarista y monárquica del país.

Iglesia sobre la SangreIglesia sobre la Sangre, en Ekaterimburgo, foto de Vladimir Udilov

 

 

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Category: Turismo e Historia en Europa




Comentarios (2)

  1. Carmen dice:

    Yo no sería capaz de visitarla.

  2. Enrique dice:

    Los objetos testigos de la historia deben de ser sagrados, nos gusten o no. La destrución de la casa, un desastre. ¡ Qué se puede esperar cuando a un borracho como Yeltsin se le da tanto poder!